lunes, 22 de noviembre de 2010

Los malos tiempos






Quizá tuve miedo, lo cierto es que miré desde segura distancia. De pronto una culpa, un dolor de copa rota, mi presencia se tornaba patética e inservible, así que estupefacto aun me le acerqué con la vaga intención de enmendar mi falta de coraje. Aquellos hombres habían salido corriendo. Con cálculo me dispuse a contraluz del foco, sus ojos exigían compañía, al menos así me pareció hasta que me moví y la consiguiente luz plena en su rostro hizo que se cerrasen y se abandonaran al sufrimiento.
            Es asquerosa la forma como me propongo a detallar cada acción, cada detalle, y sin embargo me parece de suma necesidad por estos días. Los olores se me grabaron: Olor a neblina, a asfalto húmedo. El sonido aquel del silencio por las noches se arrebataba con la tos enferma de algún mendigo. Lo vi desangrarse segundo a segundo. Me cuestioné, recuerdo, sus zapatos de escolar que desentonaban sus jeans gastados y su aspecto mayor. De ninguna manera podía ser él un escolar concluí.
            –¿Por qué lleva esos zapatos? –le pregunté finalmente vencido por la curiosidad.
            Él no me contestó. Sólo estiró su cuerpo y dejó escapar algún gemido, un lamento de lobezno herido. Fue cuando me percaté de que sólo una camisa azul y sangrienta cubríale el torso. Los carroñeros lo despojaron de su roñoso chaleco. Luego la puntada y el giro, y luego, mientras sangraba en el suelo, lo despojaron de todo lo demás. Realmente debía tener frío en contacto con el suelo. En un gesto humano, me saqué el chaquetón y lo cubrí.
            –¿Tiene usted mucho frío? –dije para que tomara en cuenta la magnitud y grandeza de mi maniobra.
            –Gracias –balbuceó.
            –Ah, disculpe mi torpeza, no me he presentado –dije con humildad, y le di mi nombre completo, con flagrante uso de la jota en la pronunciación de mi apellido alemán.
            Siguió un silencio. Siempre me han incomodado los silencios. Especialmente los que detentan una tensión similar a la de aquella vez.
            –Está cada día más peligroso salir, ¿no le parece? –pregunté por decir algo–. Uno ya no puede andar tranquilo por las calles. Fíjese, hace dos años tengo un notebook, y de buena marca, eh. ¿Tiene ideas cuántas veces, en todo este tiempo, me he animado a escribir en los parques?
            Claramente, no tenía idea.
            –Apenas dos veces. ¡Y muy temprano en la mañana!
           
            Calle desierta. Asfalto húmedo. Olor a silencio, a un silencio frío.
            –Soy escritor –dije–. No es algo de lo que estoy orgulloso, pero en fin. Tampoco se lo digo a muchas personas. Cuido mi intimidad ¿me entiende?
           
            –Sí –me dijo, algo incrédulo
            Un foco tiritaba y emitía un zumbido eléctrico. Como de grillo. Sus espasmos en el suelo me parecieron algo bruscos, algo... groseros. Pero, pensé, estaba en su total derecho. Es de suma necesidad humanitaria, creo haberlo dicho, recordar cada detalle de aquel patético episodio.

            Un taxi venía.

            –Estamos de suerte –le dije apuntándolo–. ¿Estaría de acuerdo en subirse?
            Abrió los ojos un momento, creo que le costó dejar todo el dolor de lado para mirarme de soslayo. Mirada que libremente interpreté como aprobatoria.
            –Aquí, eso. Úpale.
El taxista, paciente, esperó a que lo acomodara. Paciente me quedó mirando.
            –Diga, maestro.
            –Llévelo a su casa. Tuvo una mala noche, el pobre –le pasé dinero y propina.

            Ahí va mi chaquetón, pensé. En fin, la tela manchada es tela inservible. Ya se asomaban los moretones al anverso. A él lo quedé mirando hasta que se marchó. Iba durmiendo, me parecía.
Es una pena que el taxista tuviere que despertarlo en algún momento para preguntarle dónde te dejo.


La historia me expone, sin duda. Escribirla es sentir de nuevo ese dolor, mi inutilidad y poco coraje. El avezado lector comprenderá lo que se ubica más allá del morbo: este dolor ya no puede ser mío, debe ser de toda la humanidad e inspirar, con suerte, la dormida coacción de nuestras autoridades. Digo… qué malos se han puesto los tiempos.





Verano 2007





1 comentario:

  1. oh diorsh, este es como mi 2134567554321456754321345644345 intento de dejarte un comentario y yo juraba que tu examen era hoy, demonios!
    en fin, mis papás están en santiago, tengo cien pesos para sobrevivir y odio a Hans Kelsen.
    aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah
    la neurosis se apodera de mi
    arrivederci.

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