domingo, 14 de noviembre de 2010

El fondo y la forma




She sleeps al lado. Or looks like it. El pelo cae sobre sus brazos como manantiales de cobre fundido por definidas grietas en la oscuridad de esas fábricas, oscuras y clandestinas como mi abrazo a su alrededor. Oigo interrumpir el compás de su respiración, una sutil interrupción que me cuenta de su conciencia, su reprimido asombro de verse atrapada sin resistencia para continuar afanada el simulacro de la que nada sabe. Me siento poco a poco y sin ruidos on the edge de mi silla, para hundirme, poco a poco, little by little encapsularla con mi brazo, brisa tenue, brazas lentas y certeras que ahora se ciñen de la cintura tímidas y deleitadas por el silencio en la sala. Lo único que te pido, turn around lenta y certera para asombrarme, prueba si en aquella lentitud soy capaz de morir. Y así, tú, como si en mi respiración agitada de herido terminal, de locomotora antigua, de oxígeno y comburente y fuego antorchas en mis ojos que se cierran por esta especie, a sweet kind of pain, como si en todo leyeras claramente el deseo y justo por eso, oh, thank god, decidieras maravillosamente ladear tu cabeza, posarla hacia mí sobre tus brazos, pero tontita, aún persistente tu mentira, aún con tus ojos cerrados.
Adivino un anhelo que nos hace cómplices y rivales en esta sala todavía silenciosa. Todo trabajo, en trabajo de funeral, de manos ágiles y transpiradas, miradas agrias y trasnochadas y muertas como pobres obreros hacinados en pabellones, con el mismo aire pesado del silencio. Y el silencio nuestro es un aire pesado que convertimos en brisas, antepuestas, contrapuestas, transformadas, morfología sintáctica, el orden y la forma y el fondo (¿How do I explain it?) de dos narices que se tocan sus puntas tibias y se respiran el aliento, sus esencias, slowly as you keep on dreaming, lyer, amor dulce ceremonia mentirosa, intimidad y culpa el frotar levemente, como esquimales, y yo desciendo aún más hasta llegar al fondo del río que conforma tu pelo, los deltas de tu pelo que se cuelan en mis orejas y me hacen cosquillas
                                                                     tus brazos en mi cintura me hacen cosquillas, y sé que tú también adivinas en mí lo que adivino en tus dedos que se mueven como acariciando cualquier cosa, cualquiera, menos el género de mi chaleco; mas por algún secreto instinto, pequeña noción de lo que puede ser hermoso, debo dilatar este momento, llevarlo a un esplendor máximo porque ya siento algunos comentarios en los bancos de los lados, pequeños susurros cuyas respectivas miradas imagino junto a formas, óvalos de colores en el fondo negro de mis ojos cerrados, ir y venir de círculos y ángulos luminosos que delinean el movimiento de tus dedos, y aún más, debo extenderlo como el secreto que venimos acarreando desde aquella vez que nos presentaron, y yo asombrada de preguntarme en tus ojos azules mil maneras de ganarme ese cielo extranjero me daba cuenta que ya te deseaba, y cómo te lo restregaba en la cara cuando nos encontrábamos en los pasillos y sólo podía mirarte de aquella forma sabiendo que el saludo es una cosa secundaria, pero tú, dulce ingenuo, murmurabas un “ho’u la” y la sonrisa que cierra el cuadro gracioso de tu mal acento. No te lo imaginas. Ni siquiera lo imagina la profesora que casi puedo ver, despegando los ojos del papel que denigra con el latigazo del lápiz, posándolos discretos, solapados sobre el insinuante avance del joven de intercambio, con el camuflado asombro que cree equivalente a madurez intelectual y a experiencia docente. Atrás otro murmullo. Seguro que fue porque decidiste correr tu silla hasta que su pata delantera y derecha se pegó a la izquierda de la mía, y me abrazaste más apretado, y ya hundiéndote completamente en mi pelo hasta que nuestros labios se rozaban, y luego, nuevamente pero ya con la fuerza desesperada y mesurada que nace desde qué recónditos lugares tibios de tu cuerpo, your arms round my hips. Hips, que fuerte, sensual palabra, me pregunto si la razonas antes de bajar tus dedos hacia ellas, porque yo deletreo la palabra con el movimiento de su significado, y quizás por eso las quieres calmar con tus manos o tal vez deseas impregnarte de su musitado vaivén.
Y de pronto todo es como la vigilia. La brisa tibia en nuestros rostros es el compás de mis visiones, las formas son alargadas y luego luminosas y triangulares, y al abrir levemente los ojos veo el plumaje oscuro de un rubio pájaro que arrulla en silencio y desesperado, me da una especie de pena, pobrecito, herido en su nido sin sorpresas tratando de emprender su vuelo, su gran misión que debo auxiliar, soy las tijeras para el cordón umbilical, el vacío, el vacío lleno de voces y movimientos. Y pienso que entre romper un cascarón y cortar el cordón no hay grandes diferencias, pequeño. Todo es liberación. Y mi carne hierve al fuego exquisitamente lento del sol que se cuela en las hojas hacia el nido, mis caderas son las burbujas en la superficie del agua, recipiente que bulle, cadencia que deleita, cántaro en tus manos.
Y sé que precisamente ahora mis ojos deben abrirse e ir al encuentro de los tuyos, ahora, cuando las telas de mi cuerpo se me presentan demasiado ceñidas a mis senos, y siento deshacer en pedacitos tu respiración al subir mi mano por tu rodilla. Pero la forma en que viertes tu aliento acelerado, húmedo en mi oído aún me hace apretar los párpados, e intensificar mis sentidos hasta que escucho otros susurros y puedo ya tocar la tensión de una profesora descolocada; sin embargo, qué delicia el calor, mi ascendente búsqueda de tu aroma tenue, el magnetismo milenario que atrae nuestros cuerpos. Y mis senos suben y bajan buscando ser acariciados por tus manos, buscando el despegue, el doble filo del cruzar esta línea y expulsarnos de la hipocresía de los comentarios, de la reprimida profesora, expulsarnos de un paraíso que nunca nos correspondió, porque el humano, qué pensamiento más hermoso, debe ser esto, tu mano subiendo por mi estómago, apretando, acariciando, un pájaro que logra volar finalmente sin conciencias dejando escapar un gemido y unas palabras indescifrables. Y yo le susurro pobre bebé, pobre bebé en tu oreja mientras cierro más mi mano sobre tu bulto amasando con deleite, mordiendo y lamiendo el lóbulo, depositando ahí mi aire, este alarido deseosa de que lo oigas, gimiendo al fin el éxtasis de tu incursión bajo mi falda. Cómo explicárselo a la profesora que se levanta de súbito y veo de reojo acercarse con una orden comenzada en los labios, ahora que tu caricia aguda, tu caricia inquieta y prolongada hace abrir mis ojos como un rayo y gemir desde mis entrañas mientras al desabrochar pienso en retribuirlo, y en decirle, en cómo decirle que no tiene caso, que los de adelante también, y la pareja de al lado poco a poco bajo la mesa sus manos, sus hermosas manos.





invierno, 2005          




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