lunes, 29 de agosto de 2011




Mi incertidumbre era un rumor insistente, una orgía de voces frente al cuerpo en el patíbulo, un bullicio de cerdos enfermos, de animales sacrificados. Ahí fue el negro... cómo decirlo. Las vías sinápticas, la tonalidad de mis dudas, los rostros sin clasificaciones, todo convergía y poblaba un momento. En él, una melodía constante y tranquilizadora, de hipnóticos contornos; en él, una imagen apacible: el silencio del mar a medianoche, justo en la mitad del Océano Pacífico. No hay nadie bajo la callada e inmensa luna. Nadie.

Pensé un grito como un pájaro negro, una idea aguda y cansada: En la completa tranquilidad, es acá... la más abismal desesperación.



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