Es sabido que la mejor forma de trance es la que brinda la cáscara de naranja sobre la estufa. El usuario escéptico hará bien en desconfiar de los llamados efectos premonitorios del ritual, que por lo demás han llevado al desvarío a promisorios abogados de la zona agrícola de la octava región. El secreto ceremonial se masificó por una viejita de irreprochable inocencia en el patio de camiones de la vega que según cuentan vendía aceitunas con sal y pescada seca. Su acción no encuadró en ningún tipo penal para el desagrado de los sectores reaccionarios de la provincia y tres abogados oficialistas que esmeraban su reelección.a diputado. La cabecilla visible del Opus Dei, en cierto seminario sobre el preservativo y el demonio le bajó el perfil a los tantos episodios que estremecieron a las familias penquistas. Se adujo que ningún hombre de leyes en su sano juicio podría suponer que la respuesta a un plazo precluído en su contra fuera la epifanía de la cáscara de naranja. El punto álgido de la discusión la suscitó una carta enviada con afilado desdén al editor del diario La Crónica donde un experto bioquímico de la Universidad de Concepción criticaba la ignorancia de los abogados y aclaraba al público que no existe en la química cerebral receptores específicos para las frutas de temporada. Aun así, para activistas del cultivo de mariguana y tubérculos y para el gremio de los horticultores de san pedro de la paz es sabido que el trance inducido por la cáscara de naranja sobre la estufa a parafina es un trance de una religiosa belleza que poco o nada tiene que ver con las leyes o el Opus Dei.
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