sábado, 19 de marzo de 2011

Prometeo (Johann Wolfgang von Goethe)










¡Cubre tu cielo, Zeus,
con neblina! 
Y ejercítate 
sobre robles y alturas montañosas, 
como un joven que descabeza cardos! 
Pero a esta tierra mía 
has de dejármela intacta,
y a mi cabaña, 
que tú no construiste, 
y a mi lar, 
por cuya lumbre 
tú me envidias.


No conozco nada más pobre 
bajo el sol que vosotros los dioses. 
Con tributo de ofrendas 
y sahumerio de plegarias 
alimentáis mezquinamente 
vuestra majestad, 
y pareceríais, si no fueran 
niños y mendigos 
esperanzados necios.


Cuando, siendo un niño, 
se me derrumbó el mundo,
mis ojos extraviados se volvieron 
hacia el sol como si arriba hubiese 
un oído para escuchar mi queja,
un corazón como el mío 
para apiadarse del oprimido.


¿Quién me socorrió frente a la soberbia de los Titanes? 
¿Quién me libró de la muerte y de la esclavitud? 
¿No fuiste tú, sagrado corazón ardiente, 
quien realizó todo por sí mismo?
Y joven y bueno, defraudado, 
¿te inflamaste de gratitud por la ayuda 
de quien dormía allá arriba?


¿Yo honrarte a ti? ¿Porqué? 
¿Cuándo aliviaste las penas del agobiado? 
¿Cuándo enjugaste las lágrimas del atemorizado? 
¿No me forjaron como hombre 
el Tiempo todopoderoso y el eterno Destino, 
mis señores y los tuyos?


¿Acaso imaginaste 
que habría de odiar la vida 
o huir a los desiertos 
porque no todos los sueños granados 
de mi adolescente aurora maduraron?


Heme aquí: moldeo hombres 
a mi imagen, 
una estirpe que se me parezca, 
que sufra, llore, 
disfrute y se alboroce, 
y que a ti no te respete, 
como yo.





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