Ayer me reencontré con aquella frase: Cuando el alumno está preparado, aparece el maestro.
Estos días han sido extraños. Miro hacia atrás y trato de ordenar las causas y los efectos, lo que habita fuera y dentro mío, mis miedos profundos, mis profundos anhelos. Estoy calmo pero no en paz, siento que me falta lenguaje, enamoramiento, pasión, perdón. Y, basto de contrasentidos, el mismo acto de hablar desde la herida me parece ocioso y bizantino. Hierático como siempre ha sido Mauricio Medel Ziebrecht, intuye que para levantar el vuelo hay que remitir la herida, deshacer los nudos, y luego esperar a que todos los maestros del mundo aparezcan con bengalas y mapas. Habla en tercera persona de sí mismo para no perderse el punto exacto en que las cosas encajarán y los caminos se abrirán en una sucesión mágica y piadosa. Yo, que estoy dentro, trato de dignificar mi estancado desvarío con ceremonias sicomágicas, y razonamientos que son astrolabios y cartas de navegación; él, afuera, sigue hablando de mi herida y me parece que herida es sólo una metáfora bizantina y ociosa con que el autor decora su propia inexpresión y mi oscuro meditar sin salidas.
En este punto, su intención es que el lector piense: Oye, por qué tantos astrolabios y ceremonias, si la salida siempre estuvo ahí.
En este punto, su intención es que el lector piense: Oye, por qué tantos astrolabios y ceremonias, si la salida siempre estuvo ahí.
Pero de lectores e intenciones está lleno el mundo.
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